Clásicos Básicos: Opeth 'Blackwater Park'

Clásicos Básicos: Opeth 'Blackwater Park'

A finales de los 90 y principios del 2000 es cuando empecé a definir mis gustos musicales. Como quizá algunos de vosotros/as que ya tenéis una edad, en esa época comencé a tener un mínimo poder adquisitivo, poco dinero que básicamente se iba todo en un cd semanal. Siendo desde muy joven alguien interesado en el rock y el heavy metal, buscaba ese “algo más” y el death metal (tras ser un adicto al thrash) llamaba a mi puerta fuertemente, igual que el doom metal, pero no sin dejar de lado el rock progresivo y melódico. Y por cosas de la vida, un día que no recuerdo ni por qué, decidí comprarme el recién salido “Still Life” y resulta que ahí encontré de golpe todos los estilos en los que estaba interesado, condensados de manera perfecta por una banda de Estocolmo, de la cual me sonaba el nombre pero no había escuchado nada hasta ese momento. El resto, es historia, como se suele decir.

Tras enamorarme de este disco conceptual y de rojo diseño, adquirí todo lo editado anteriormente por los suecos y, poco más de un año después, el álbum que nos ocupa. No os exagero si os digo que “Blackwater Park” es un disco que podría estar fácilmente en un top 10 de mis discos favoritos de la historia, o incluso en un top 5. Tal es el amor y fascinación que tengo por este trabajo, que considero, os lo digo desde ya, el punto álgido de su carrera. Sé que muchos estareis de acuerdo y otros no, porque lo cierto es que la carrera del grupo y su cambio de estilo ha dado mucho que hablar.

No soy de los que odia a Opeth sin guturales. De hecho creo que fue un cambio natural que tarde o temprano tenía que llegar. Pero sí considero que su segundo peor disco (o menos bueno si lo preferís) es “Heritage”. Segundo, porque el que menos me gusta, y aquí va a haber polémica, pero recordad que sólo es mi opinión subjetiva, es “Watershed”. Ambos son buenos trabajos que disfruto, no me malentendáis, pero lo cierto es que se nota que son discos de transición, tanto en estilo como en adaptación de nuevos miembros, tras dos bajas importantísimas en las filas de los de Mikael Akerfeldt. Primero se “marchaba” Martín López, alguien que siempre consideré fundamental en la concepción de los ritmos de la banda por su personalidad detrás de los parches; y la otra baja, me dolió aún más, ya que siempre consideré a Peter Lindgren indispensable en el grupo. Sus substitutos eran de un nivel brutal, no en vano, Fredrik Akesson es considerado por el propio Akerfeldt uno de los mejores guitarristas de Suecia, y Martin Axenrot es un gran baterista -aunque la primera vez que lo vi en directo no tuvo un buen día- y su reciente marcha la ha cubierto el jovencísimo Waltteri Väyrynen, en mi opinión, alguien que encaja mejor en la formación, por su precisión y solidez.

Si sigo hablando de preferencias en discos, diré que de su nueva etapa considero “Pale Communion” su mejor trabajo, sin dejar de gustarme bastante “Sorceress” y sin casi poder opinar de “In Cauda Venenum”, porque aunque han pasado ya 3 años desde su lanzamiento, aún no he podido prestarle la atención adecuada. Si nos vamos a su época “death”, es fácil seguir un orden, porque a mi entender, desde el inicial “Orchid” la banda fue en ascenso brutal. Ya su primer disco me parecía muy correcto, pero “Morningrise” era mucho mejor (adoro “The night and the silent water); “My arms, your hearse” suponía otro paso adelante y es para muchos su mejor trabajo, además de ser el primero que contiene “clásicos” que la banda ha tocado mucho en directo y, para mí, abre el trío en orden ascendente de sus mejores obras, con medalla de plata para el mencionado “Still Life” que es donde creo que ya encontraron su “fórmula” definitivamente y que con “Blackwater Park” , obvia medalla de oro, la llevaron a niveles sublimes, llegando a la cúspide de calidad de la banda. A partir de aquí no hubo un descenso ni mucho menos, pero “Damnation” y “Deliverance” son dos discos (uno en realidad, iba a ser doble y eso casi les supuso la bancarrota) que los veo un poco aparte del resto de su carrera. El “blanco” porque fue un experimento, que según palabras del propio Akerfeldt no se repetiría. Y en efecto, no creo que tenga nada que ver con su posterior etapa sin voces agresivas. Es un disco triste y melancólico, sentimientos que ya encontrábamos en todos los trabajos de los suecos, pero ya entendéis por dónde voy. El “negro” porque creo que es el trabajo más duro, oscuro y opresivo que han lanzado y lanzarán Opeth. “Deliverance” es un disco que tiene un aura muy ominosa y pesimista, casi malvada y eso no lo había escuchado nunca tan explícitamente en ningún trabajo anterior. Y “Ghost Reveries”, es un disco que tengo tendencia a olvidar no sé por qué, y sin embargo siempre que lo escucho me flipa. Me parece de sus discos más dinámicos y divertidos, y que se aleja de la oscuridad de los dos anteriores con su toque “hippie”.

Pero mucho llevo escribiendo, casi haciendo un repaso de la carrera de los suecos y no estoy hablando de “EL DISCO”. El lanzamiento que me llevó a verlos por primera vez en directo en una gira inolvidable con teloneros de lujo: Katatonia presentando el “Last Fair Deal Gone Down” y Novembre diría que el “Classica” (puede que esté equivocado) ¡ahí es nada! Posteriormente los he visto muchas veces, en sala y festivales y siempre, siempre, he alucinado con sus directos, que son perfectos en sonido y ejecución, sobrios hasta decir basta; aunque el bueno de Mikael suelte chascarrillos que personalmente me hacen gracia, sin embargo sé que a otra gente no le gusta que hable tanto. Pero sí, ver la gira de presentación del “Blackwater Park” me marcó y mucho.

Porque este disco que lanzó Music for Nations en marzo de 2001 es una obra maestra. El comienzo, con esa amenazante intro en fade in, da lugar a una buena hostia que seguro a más de uno os asustó la primera vez, porque quizá teníais volumen de más en vuestro reproductor. “The lepper affinity” es un corte de apertura cojonudo, agresivo y técnico (cómo no) y sobre todo con momentos muy épicos en las guitarras. Por supuesto, el tema va a ir mutando, desde cadencias rítmicas contenidas a otras más animadas y variaciones de todo tipo, ninguna sorpresa ya que sabemos que es lo que hace la banda. Lo que destaca es la facilidad con la que la canción va transitando de un lugar a otro hasta llegar a las maravillosas voces limpias y la calma, para volver a empezar con la caña. El final con el piano (primera incursión de Steven Wilson) es MARAVILLOSO, de una oscuridad y elegancia difícil de igualar y que nos relaja para recibir otra buena hostia. Porque “Bleak” entra de golpe y, curiosamente, es el tema que le ponía a mis amigos para iniciarlos en Opeth. Lo consideraba un “single” o una manera de entrar en el mundo musical que estos suecos habían creado. Riffs elaboradísimos, desarmonías momentáneas, guitarras creando ambientes lúgubres por debajo y la guturalísima voz de Mikael. ¿Qué más se puede pedir? Pues que entre el estribillo y te deje alucinando con las melodías a dúo de Steven Wilson y Akerfeldt. Porque si la voz gutural del cantante y guitarrista sueco siempre la he considerado de las mejores de la historia, por su cavernosa profundidad y potencia y su perfecta dicción, su voz melódica es de las más personales y bonitas que se puede escuchar en el metal. Transmite calma, con su sobriedad y tono grave pero amable y Wilson, con una voz mucho más aguda, la complementa perfectamente en este tema. Las armonías que crean tanto con las guitarras rítmicas como con las acústicas, complementadas con las solistas antes del último estribillo, te llevan a un estado de placer realmente maravilloso, para cerrar de nuevo con la voz de manera muy agresiva, dobles bombos y ese momento de saturación, de “rotura del sonido”, que la primera vez que lo escuchas asusta por si tu equipo se ha estropeado, pero que genera la incomodidad perfecta para que el siguiente corte entre plácidamente.

Opeth ya habían hecho temas enteramente acústicos y tranquilos y solo con voz limpia. Pero es quizá “Harvest” el primero que de verdad usa estos recursos para crear una canción muy accesible, que puede gustar a cualquier amante de la música, sea el género que sea el que disfrute. Y digo accesible, no comercial. Pero en resumidas cuentas, es un tema precioso y muy celebrado por todos los fans de la banda a día de hoy. En el último directo que les vi el pasado verano, Mikael tocó el principio de la canción y el público aplaudió entusiasmado y se animó a cantar parte de la estrofa. Fue simplemente mágico. Porque además es la antesala a quizá uno de sus hits, que parece también fruto de la magia, ya que “The Drapery Falls” trasciende más allá de lo que llamaríamos música. Tal vez sea la mejor composición de “Blackwater Park”, no lo sé, pero desde luego por ahí anda. El inicio, intencionadamente parecido al de “Harvest” ya empieza a hacerte flotar. La marcada melodía de guitarra, que crea un ambiente casi irreal va a ser el leitmotiv del tema y cuando la retomen tras varias idas y venidas, es cuando te das cuenta de que verdaderamente lo que suena en tus oídos es una obra maestra. “The Drapery Falls” va pasando por distintas etapas, de caña a momentos acústicos, de voces con efectos a coros tarareables, y de ser tranquilo a complicarse, endurecerse y oscurecerse mucho, utilizando desarmonías (otra vez) en las guitarras para crear mucha incomodidad y complejidad rítmica en la batería, volver a frenar y a avasallarte de maneras repetidas y es entonces, después de tanto despliegue de recursos cuando llega el momento al que me refería antes, al de flotar, al de que todo el vello de tu cuerpo se erice y sientas escalofríos en la nuca con ese parón allá por el minuto 8:42, donde solo una guitarra aguda anticipa el reinicio de la canción y despegamos hacia otro mundo de satisfacción musical, de orgasmo auditivo, difícil de describir con palabras.

Puede parecer que hemos llegado al punto álgido del disco y que de aquí en adelante podríamos perder interés, pero nada más lejos de la realidad. “Dirge for November” siempre ha sido de mis temas favoritos de Opeth. Su inicio tremendamente calmado e intimista es de una belleza indescriptible. Melancolía pura y dura que te atrapa y te envuelve, te calma para luego llevarte a un viaje de cadencia repetitiva y machacona, pero siguiendo con melodías maravillosas. Las guitarras solistas de este corte son de una calidad abrumadora y emocionante, y la belleza contrasta con las voces guturales y la oscuridad que súbitamente se apodera de la canción, para terminar de nuevo muy calmado. Creo que es uno de los grandes olvidados de este grandísimo trabajo, como lo es “The Funeral Portrait”. Una canción que empieza divertida y animada y que en el minuto 1:20 te suelta uno de los mejores riffs de toda la carrera de Opeth (tal vez exagero, que tienen muchos riffs brutales...). Este corte es quizás el más dinámico de todo el redondo y si es la primera vez que lo escuchas, pensarás que es el único en el que sólo hay guturales, pero antes de terminar es cuando llegan unas voces armonizadas que te dejan pidiendo más.

Nos acercamos al final, sonando ya “Patterns in the Ivy”, un interludio, lo más corto del disco, que no llega a dos minutos de duración, además de ser instrumental. Guitarras limpias y piano, nada más. ¡Y con tan poco hacen tanto! El piano, admirable, es jazzero y tan agradable que de nuevo quieres que siga, que no se acabe una lección de clase y elegancia tan soberbia. Y contrasta que este tema este colocado como anticipo del gran final. Todo el orden del álbum está tan bien pensado para que fluya fácilmente, para que el viaje sea tan cómodo y te transporten a este mundo de oscuridad no sin cierta luz, de contrastes entre agresividad y belleza, entre técnica abrumadora y sencillez conmovedora, que es difícil no rendirse a los pies de sus creadores. Porque el gran final, la canción que da título al disco, resume todo lo escuchado hasta ahora con una grandeza que asusta. Su riff inicial es otro de los que marcan época y que también estaría en el top de los mejores riffs de la banda, su parte etérea, limpia y tranquila, solo es la calma antes de la tormenta, que se inicia con otro riff marca de la casa y con la voz, ahora ya sí, súper gutural de Mikael Akerfeldt. A partir de aquí “Blackwater Park” va a ir cada vez más ahondando en la oscuridad y la mala leche, siendo cada vez más infernal, con la banda desplegando todo su arsenal maléfico para llevarnos al último tramo de la tonada más ominosa que Opeth habían firmado hasta ese momento. Todo lo que viene desde el minuto 8:07 es simplemente de una majestuosidad demoníaca. La melodía de guitarra, el bajo muy presente de Martín Méndez (¡que infravalorado está este hombre, por Satán!) y el acelerón en la batería hasta ese apoteósico final: “the sun sets forever over Blackwater Park!”. Sencillamente brutal. Un cierre esplendoroso para un disco al que adjetivos como magnífico, sublime o maravilloso se quedan corto.

Mikael Akerfeldt y la que entonces consideraba la formación clásica de Opeth, firmaron en 2001 un disco que marcaría un antes y un después en su carrera, una obra maestra que catapultaría su carrera de manera muy merecida y les llevaría, aunque tiempo después quizá, a ser tan tremendamente respetados como lo son hoy en día. Han pasado 21 años desde que se editó “Blackwater Park” y la formación ya no es la misma, solo quedando Akerfeldt como líder absoluto y el tremendo bajista que es Martín Méndez, pero el resto de miembros actuales (los mencionados Akesson y Väyrynen, y Joakim Svalverg a los teclados) cumplen sobradamente en los shows de los suecos. Porque solo hay una cosa superior a la maestría que despliegan en estudio con cada trabajo que lanzan, sus directos. Sobrios, elegantes, emocionantes y de una clase que tira para atrás, Opeth en vivo son una de las mejores bandas del mundo si quieres escuchar música bien ejecutada, con técnica y emoción. Si lo tuyo son los disfraces y los fuegos artificiales hay otras bandas que lo hacen muy bien, pero como dice el propio Akerfeldt: “tocamos canciones, porque es lo que sabemos hacer”. ¡Y vaya si saben hacerlo! Creedme, he visto a Opeth en concierto muchísimas veces y siempre merecen la pena y su set list siempre se hace corto. No sé cuántos temas tocarán del Blackwater Park en esta gira (o bueno, quizá sí lo sé...), pero da igual, porque toquen lo que toquen, te dejarán con la boca abierta. Siempre.

EL CONJURO DE OPETH CAERÁ SOBRE NOSOTROS EN OTOÑO DE 2022

Miércoles 23 de noviembre 2022
Sala Razzmatazz 1 (Barcelona)
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Jueves 24 de noviembre 2022
Sala Santana 27 (Bilbao)
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Viernes 25 de noviembre 2022
Sala La Riviera (Madrid)
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